Comentario
Durante el siglo y medio transcurrido entre 1550 y 1700, Brasil definió su ser lusitano, su ámbito brasileño, su sociedad americana y su economía de plantación, que la convirtió en subsidiaria del comercio capitalista. A comienzos de este período, seguía siendo un territorio marginal de la colonización portuguesa en el que se extraía un producto de escaso interés, el palo de Brasil, y pequeñas cantidades de azúcar. A fines del siglo XVII, Brasil era la joya de la Corona portuguesa, pese a las muestras evidentes del hundimiento de su economía azucarera. Brasil había cuadruplicado su espacio geográfico inicial y amenazaba peligrosamente a las colonias españolas circunvecinas, sobre todo en sus fronteras meridional y amazónica. Tres grandes etapas atravesó el Brasil en este período: la de formación, la de unión a España, y la de consolidación del Reino. La primera, cubrió desde 1548 hasta 1580; la segunda, desde entonces hasta 1640 y la tercera, desde dicho año hasta fines del siglo.
En 1548, la Corona portuguesa dio por concluido su experimento de las capitanías donatarias, como dijimos, y decidió reasumir el dominio efectivo de la colonia, instalando el Gobierno General. Nombró Gobernador a Tomé de Souza y le ordenó fundar una ciudad, Bahía de todos los Santos, donde radicaría su sede. El Rey de Portugal organizó un sistema semejante al español, pues también nombró un "Proveedor Mor" o Procurador General de la Real Hacienda (Antonio Cardoso de Barros), un Ouvidor u Oidor General (Pedro Borges), que se ocuparía de la justicia y un Capitao Mor o Capitán General o Mayor (Pedro de Gois), a quien confió la defensa territorial. El esquema se redondeó en julio de 1550 con la creación de un obispado en Bahía. Souza debía emprender una gran visita por las antiguas capitanías para asentar el poder realengo, atraer a los naturales para que aceptaran la dominación portuguesa y actuar duramente contra los rebeldes. En su política indigenista contaría con la colaboración de los jesuitas, a quienes la Corona confió su evangelización. Habían ya demostrado su eficacia en la India y fueron llevados a Brasil bajo la dirección del padre Manuel de Nobrega, veinte años antes que los españoles a sus posesiones americanas. Souza partió de Lisboa, en febrero de 1549, con una armada de seis naves en las que iban más de mil hombres. Una vez en Brasil, inició con éxito su obra colonizadora, si bien fracasó en el aspecto militar, ya que los franceses establecieron una colonia en la bahía de Guanabara el año 1555. La dirigía el almirante Nicolás de Villegagnon y estaba formada principalmente por hugonotes. Los invasores levantaron dos fuertes en lo que luego sería Río, uno de ellos bautizado como Coligny, en honor del jefe hugonote. En 1557, llegó el nuevo gobernador Men de Sá, a quien se había ordenado expulsar a los extranjeros. Estos habían recibido refuerzos de calvinistas ginebrinos en 1557. Pronto surgieron desavenencias entre hugonotes y calvinistas y los últimos abandonaron la colonia. Tras varios intentos, los portugueses lograron desalojar a los hugonotes de Guanabara y destruir sus fortalezas. Otro intento francés fue rechazado por el gobernador Estacio de Sá en 1565, fundando entonces la población de San Sebastián de Río Janeiro (1567) en Guanabara. Sería la futura capital de Brasil. En la época de Sá comenzó el gran desarrollo azucarero, cuando la Corona repartió las grandes sesmarías a los emigrantes que desearan cultivar la caña. Al morir Mem de Sá, el Brasil fue dividido en dos gobernaciones: la del norte, con capital en San Salvador de Bahía, y la del sur, con capital en Río de Janeiro. Esta bicefalia trajo muchos problemas, por lo cual se suprimió en 1578, volviéndose al mando unificado.
En 1580 se inició la segunda etapa, coincidiendo con la unión de las dos coronas peninsulares. Felipe II logró derrotar al pretendiente portugués don Antonio, prior de Crato y se proclamó Rey de Portugal, basándose sus derechos al trono en ser hijo de Isabel de Portugal y, sobre todo, en la fuerza de las armas. Comenzó así la unión de Brasil a España, que duraría hasta 1640. Esta vinculación trajo al Brasil grandes ventajas y no pocos inconvenientes. Al no existir ya la frontera de Tordesillas, los colonos portugueses pudieron extenderse por los territorios españoles fronterizos, especialmente en la Amazonía (Pedro Teixeíra remontó el Amazonas, en 1626, para penetrar en el Tapajoz), en el norte (desde Pernambuco se inició una acción, con ayuda española, para expulsar a los franceses de Paraiba en 1585) y en el sur (expediciones de Francisco de Sousa y sus seguidores desde Sao Paulo, a principios del siglo XVII, en busca de minas de oro y de indígenas). Los comerciantes brasileños pudieron negociar abiertamente con Buenos Aires y Paraguay y relacionarse con sus colegas limeños, que controlaban la plata peruana. También la burguesía portuguesa supo sacar partido a la situación, pues se apoderó del asiento de negros para todos los territorios americanos, sin tener que renunciar al manejo de sus negocios de las antiguas colonias lusitanas. Otras ventajas fueron la mejor organización administrativa. En 1604 se creó el Conselho da India, un organismo especializado para las colonias portuguesas (Brasil, África y la India), a imagen y semejanza del Consejo de Indias español. Sobrevivió a la separación de Portugal, transformado en el Conselho Ultramarino (1642). Los inconvenientes derivados de la vinculación a España fueron muchos también, destacando una mayor presión fiscal de la Corona (en 1603, se declaró monopolio real la caza de la ballena y se estableció el estanco del tabaco, en 1632) y, sobre todo, la enemistad holandesa y la atracción de la piratería inglesa (en 1591, Thomas Cavendish atacó Cabo Frío y Santos y, en 1595, James Lancaster saqueó Pernambuco). Los sesenta años de unión con España asentaron definitivamente el desarrollo económico brasileño, pero el azúcar atrajo a los holandeses, que habían irrumpido en el mercado asiático (habían creado para ello la Compañía de las Indias Orientales) y deseaban hacerlo también en el americano. En 1621, expiró la tregua de los Doce Años y los holandeses crearon la Compañía de las Indias Occidentales, conocida también como La Hermosa Estrella Brillante, a la que se confió la misión de establecer colonias en América y organizar el contrabando. La Compañía proyectó establecer una colonia en Brasil. Para ello, se organizó una poderosa flota de 35 naves y más de 3.000 hombres, que confió al mando de Jakob Willekens, con Pieter Piet Heyn como Vicealmirante. La flota zarpó de Holanda a principios de 1624 y se dirigió a Cabo Verde, donde fue reforzada. Cruzó el Atlántico y, el 8 de marzo de 1624, se presentó ante la ciudad de San Salvador (Bahía), de la que logró apoderarse en menos de un día, mientras sus pobladores huían a los alrededores. Cuando Felipe IV supo la noticia, quedó profundamente impresionado y ordenó recobrar la plaza. Se organizó una de las armadas más poderosas que cruzaron el Atlántico (en realidad fueron dos armadas, una portuguesa de 26 buques, mandada por Don Francisco de Almeida y otra española de 37, bajo las órdenes de don Juan Fajardo de Guevara): 63 buques, 945 cañones, 3.200 marinos y 7.500 soldados. El mando de aquella enorme fuerza naval fue confiado a don Fadrique de Toledo, que reconquistó la ciudad en mayo de 1625, capturando 3.000 prisioneros y expulsando a los flamencos de Brasil. No tardó mucho en producirse la reacción holandesa. En 1627, Piet Heyn atacó nuevamente Bahía, pero no logró tomar la plaza. Un año después, Heyn capturó en Matanzas (Cuba) la flota de la Nueva España en la que iban más de nueve millones de ducados en plata. Con este dinero, la Compañía de las Indias Occidentales preparó la gran invasión a Brasil. Cincuenta y cinco buques mandados por el almirante Lonck se presentaron en Olinda, el año 1630, y la conquistaron fácilmente, así como luego Recife. Esta vez los españoles (la armada del almirante Oquendo) no pudieron rechazarles con la celeridad anterior. Los holandeses se apoderaron luego de Paraíba y penetraron en el territorio de Goiana. En 1637, los Estados Generales de Holanda enviaron a Mauricio de Nassau como gobernador de la colonia, llamada la Nueva Holanda. Llegó a Brasil con una verdadera corte virreinal (poetas, médicos, arquitectos, pintores) y organizó sólidamente el territorio, después de fracasar en el intento de tomar Bahía. Rebautizó a Recife como Mauritzstadt y dio toda clase de incentivos a la industria azucarera, que alcanzó un auge insospechado gracias a la introducción masiva de esclavos. Entre 1636 y 1645 llegaron a esta colonia 23.163 esclavos. Nassau regresó a Europa en 1644, entrando entonces en decadencia la Nueva Holanda.
La tercera etapa se inició en 1640, cuando los portugueses lograron restablecer su independencia con el nuevo monarca Joao, primero de los Braganzas. Una de sus primeras medidas fue liberar Brasil de la dominación holandesa. El jesuita Antonio Vieira organizó la Compañía General de Comercio de Brasil (para ello eximió de las penas de Inquisición a los cristianos nuevos que ayudasen a ella con dinero), que organizó una gran flota con la que se bloqueó Recife en 1654, obligando a los holandeses a rendirse. La colonia siguió prosperando luego aprovechando la bonanza azucarera, que duró hasta 1670, cuando sobrevino la guerra luso-holandesa que arruinó el negocio, ya que los holandeses seguían siendo los compradores y redistribuidores del producto. Los precios descendieron vertiginosamente y Brasil empezó a mirar hacia el sur, para tratar de resarcir sus pérdidas con la plata peruana que fluía a Buenos Aires y con el posible hallazgo de minas de oro. En 1677, se crearon dos nuevos obispados en Río de Janeiro y Olinda dependientes de Bahía, que fue elevada a la categoría de arquidiócesis. En 1678, el gobernador de Río Manuel Lobo recibió la orden de establecer una colonia portuguesa en la frontera meridional. Desembarcó en San Gabriel, en 1680, e inició la construcción de una fortaleza y viviendas en el lugar, bautizado como Colonia del Sacramento. Este establecimiento fue atacado por los españoles y devuelto a los portugueses en 1681. La Colonia del Sacramento daría infinidad de problemas durante el siglo siguiente.
La sociedad colonial brasileña tuvo un proceso integrador semejante al hispanoamericano. Su base la conformaron los aproximadamente un millón de indígenas que habitaban el territorio en el año 1500. Pertenecían a culturas muy diferentes, ninguna de las cuales había llegado a configurar una civilización urbana. Eran recolectores, cazadores o agricultores elementales, asociados en unidades tribales independientes, cada una de las cuales era dirigida por su cacique. Su grupo principal eran los Tupí, que ocupaban el litoral, y los Ge o Tapuías, que habitaban el interior. Los indígenas próximos a la costa fueron utilizados en las labores agrícolas de la colonia hasta que su número empezó a disminuir, coincidiendo con la declaración de libertad del indio dada por la Corona (1570). Los portugueses procedieron entonces a traer indios del interior. De esta labor se encargaron los bandeirantes, generalmente mestizos, auténticos cazadores de esclavos indios. Se adentraban en la selva bajo la dirección de un jefe y agrupados en torno a una bandeira o bandera, de donde tomaron el nombre. Capturaban a los naturales y les llevaban a los mercados costeros para venderles. Su grupo principal fue el de Sáo Paulo, que atacó las misiones jesuitas del Paraguay, como vimos. Los indios se replegaron hacia las selvas del interior, donde el hombre blanco era incapaz de sobrevivir. Allí pudieron subsistir con sus costumbres hasta épocas muy tardías. En cuanto a los portugueses, se establecieron en la enorme costa brasileña (tiene 6.200 km de longitud) en cuyas proximidades encontraron tierras aptas para la agricultura, especialmente para el cultivo de la caña de azúcar. Al principio, ocuparon sólo la zona septentrional, luego fueron extendiéndose hacia el sur. La migración lusitana fue pequeña, pero hacia 1680 alcanzaba ya un ritmo de unos dos mil por año. La emigración y el crecimiento vegetativo (que originó los criollos) hizo que el número de blancos fuera ya de 20.000 para 1570 y 70.000 para 1650. Por estos años de mediados del siglo XVII, Brasil tenía también 100.000 negros y 30.000 mulatos. Los negros fueron llevados a Brasil para realizar las duras labores de la plantación. Los primeros se trajeron de las islas de Cabo Verde, donde los portugueses les empleaban en el cultivo de los cañaverales, pero pronto vinieron de todos los lugares de África. Este Continente estaba relativamente próximo a Brasil y la travesía atlántica era corta, lo que disminuía la gran mortandad producida en alta mar. Pese a esto, los traficantes no tuvieron un empeño especial en el mercado brasileño, ya que vendían su carga a cambio de azúcar y ron, mientras que en Hispanoamérica conseguían plata y oro por ellos. La gran trata comenzó en 1559, cuando la Corona autorizó a cada dueño de plantación a importar 120 esclavos. Se calcula que, en 1570, había en Brasil entre dos y tres mil esclavos, que ascendieron a unos 15.000 para el año 1600. Durante la primera mitad del siglo XVII entraron a un ritmo de cuatro mil por año. Los esclavos iban a parar a la fazenda o plantación, un latifundio en el que tenían reservadas unas casas comunales para vivienda llamadas sendala. En el centro de la fazenda estaba la Casa Grande o mansión donde vivían los amos, rodeados de los refinamientos europeos y atendidos por gran cantidad de esclavos domésticos. Sólo en las grandes fiestas se reunían los moradores de la sendala y los de la Casa Grande: cuando alguna de las hijas de los amos cumplía los 15 años o se casaba. Entonces, se invitaba a los esclavos a cantar en honor de la dama y de sus invitados. La convivencia de los tres grupos raciales produjo pronto el mestizaje. Igual que en Hispanoamérica, surgieron los mestizos o mamelucos (hijos de portugués e indio), los mulatos (hijos de portugués y negro) y los cafusos (hijo de negro y de indio). Con el transcurso del tiempo, los mamelucos fueron asimilados a los blancos y los únicos mestizos fueron los mulatos.
La economía colonial se centró en la producción azucarera, como hemos dicho. Al principio, sólo se explotó el pau brasil o palo de Brasil, que dio nombre a la tierra. Se empleaba como colorante. Hacia 1530, se obtuvieron los primeros rendimientos apreciables con la caña azucarera, cultivo trasplantado desde las islas Madeira. Pronto se comprobó que se daba admirablemente en las tierras de la costa norte, donde se reunían las condiciones ideales de calor y humedad. Su proximidad a los puertos abarataba los gastos de transportar el azúcar a los barcos y la travesía, relativamente corta hasta los mercados europeos, aminoró los costos, permitiendo que el producto llegara a los consumidores con un buen precio. La burguesía holandesa monopolizó el negocio. Se encargó de transportarlo a Europa, distribuirlo a los distintos mercados y hasta de suministrar maquinaria, herramientas y préstamos a los productores. El litoral brasileño se llenó de cañaverales. La caña había que cultivarla, cortarla en el momento preciso, transportarla hasta los trapiches, molerla, hervir el jugo resultante en calderas de cobre, espumarlo, refinarlo y cristalizarlo en forma de azúcar. El artículo resultante era empacado, transportado en carretas al puerto y embarcado. Todo esto requería mucha mano de obra, y al agotarse la indígena, se acudió a importarla de África, como indicamos. En 1560, las islas Madeira perdieron su riqueza forestal y se hundió su economía azucarera, surgiendo la vinícola en su lugar. Brasil se puso entonces a producir azúcar a máximo rendimiento, lo que a su vez forzó la trata negrera. La economía de plantación tomó, así, todas sus características conocidas: gran propiedad, monocultivo orientado al mercado capitalista y mano de obra esclava. Los sesenta años de unión con España asentaron definitivamente el desarrollo económico colonial, configurado sobre los tres grandes polos de Bahía (norte), Río (centro) y Sao Paulo (sur). El más importante fue el primero, que concentró la mayor cantidad de mano de obra esclava. Al comenzar la época de la unión con España había sólo unos 60 ingenios, que producían unas 70.000 arrobas anuales de azúcar. Durante el dominio español, los ingenios aumentaron a 115 y la producción azucarera a 350.000 arrobas. En el sur, comenzó a criarse ganado vacuno y bovino con objeto de suministrar carne y animales de tiro a las plantaciones. Además de la caña, se cultivaba tabaco y algodón, aunque este último fue perdiendo interés. La economía azucarera atrajo a los holandeses, como vimos, y surgió la Nueva Holanda Antártica, en la que experimentaron todos los elementos de una producción capitalista. Hubo más negros esclavos que en ningún otro lugar de América (entre 1636 y 1645 llegaron a esta colonia 23.163 esclavos) y más barcos en sus costas de lo que se había visto jamás. La bonanza azucarera fue larga. Hacia 1640, Brasil estaba produciendo unas 28.000 toneladas anuales de azúcar. En 1670 sobrevino la crisis. Bajaron los precios y surgió la competencia antillana. Brasil entró en una etapa depresiva, que amenazó con hundir definitivamente la colonia. Cuando todo estaba perdido, a fines del siglo XVII, surgió el milagro: apareció oro. Lo encontraron los paulistas Rodríguez Arzao y García Velho en el arroyo Tripuhiel el año 1694. Luego se encontró en Ouro Branco, en Ouro Preto, y en otros muchos lugares de una región que muy pronto se llamaría Minas Generales o Minas Gerais. Con ello, empezó a alborear la nueva economía aurífera que caracterizaría al Brasil en el siglo XVIII.